El próximo 7 de marzo de 2013 AUREOyCALICÓ celebra una subasta especial con una importante selección de 500 monedas, medallas y billetes, muchas de las cuáles pertenecieron a la mítica colección de "Caballero de Yndias". Hemos querido seleccionar por su altisimo valor histórico y numismático cinco piezas medievales castellanoleonesas que han sido comentadas en rigurosa EXCLUSIVA y SOLO PARA ESTA WEB por nuestro colaborador D. MANUEL MOZO MONROY, autor de numerosos articulos y publicaciones, tales como "El caballero llamado Alfonso" o "La moneda de oro en los reinos de Castilla y León (en coautoría con Manuel Retuerce), por citar algunos. Desde aquí te trasmitó Manuel mis más profundo agradecimiento por compartir con nosotros estos valiosos comentarios.
Los comentarios sobre estas piezas están están protegidos bajo el copyright general de la obra en preparación “Memorial Numismático Medieval de Castilla y León”. 2008-2013, que el citado autor está realizando, así como por Creative Commons, por lo que cualquier utilización del presente contenido deberá ser comunicado al Administrador de esta Web quien a su vez solicitará permiso a su autor, ejercitándose las acciones legales oportunas en caso de incumplimiento de estos requisitos. Muchas gracias por vuestra colaboración y disfrutad de la entrada.
Comentarios sobre piezas de la Subasta de Áureo y Calicó de Marzo de 2013.
Por Manuel Mozo Monroy Este tipo alfonsino aportó dos novedades de suma importancia a la numaria medieval castellano-leonesa, anticipándose en bastantes años a lo que posteriormente sería una constante en la práctica totalidad de las emisiones monetarias realizadas por los sucesores de Alfonso VII: la primera es la creación del concepto de serie monetaria, y la segunda la marcación silábica de cecas.
Marca TO: Sin duda referente de “Toletvm”–Toledo. Si bien en el Pacto del Tambre, de mayo de 1117, la reina Urraca reconoció a Alfonso VII su poder como rey de la ciudad imperial, en la práctica, Toledo no fue definitivamente suya hasta finales de 1118, en que concedió fueros a los toledanos una vez que les había ganado su confianza defendiéndoles de los almorávides y de su padrastro Alfonso I. Por lo que respecta a las monedas, parece haberlas de dos tipos: las que marcan “Rex” bajo el caballo y solo “T” bajo el pomo de la espada, y las que muestran “TO” bajo el caballo con un signo poco definido junto a la espada. Sea como sea, para ambas variantes, en anverso y en su lugar habitual se repite la marca “TO” pero en sentido inverso; es decir, de izquierda a derecha.
Ni que decir tiene que este tipo se corresponde, sin duda alguna, con una emisión realizada en el periodo de tutelaje estricto de Fernando II sobre Alfonso VIII. En ella se muestran a las claras dos conceptos novedosos: el primero es que ahora es el pequeño Alfonso el protagonista de la moneda, siendo representado junto a su nombre y bajo la titulación “Rex”, quedando complementada su regalía con la contextualización de su reino, es decir “Toletva”, que no era sino la declinación del nombre de su reino –recordemos que aún no se utilizaba en demasía diplomáticamente el término “Castella”- declinado por el nominativo neutro de la cuarta conjugación, y con un significado asimilable a la palabra “Toledos”, como semantizacióngeneralizante del término “Toletv”, hecho extensivo a todas las ciudades adscritas al dominio de su majestad. El segundo elemento peculiar es la exención del símbolo de la cruz, priorizando por tanto la imagen de carga política y propagandística de lo mostrado, sobre la simbología religiosa prototípica de la época. El mensaje a enviar nada tenía que ver con lo eclesiástico, sino más bien con lo terrenal, en un intento pleno por demostrar las buenas relaciones mantenidas por el rey de León –a quien ni siquiera se menciona- sobre la menor edad del verdadero “Rex” Alfonso.
Este momento de acercamiento y pacificación absoluta y total entre ambos parientes reales, no fue otra que el periodo inmediato a la concordia establecida entre los dos reyes en Sahagún (octubre de 1163), y que se extendió hasta la batalla de Liviriella o de Medina de Rioseco (agosto de 1165) –si bien Fernando II mantuvo Toledo en su poder hasta la entrada triunfal de Alfonso VIII el 26 de agosto de 1166-.
De esta emisión se conocen tanto denarios como meajas. Curiosamente y por primera vez en lo que respecta a todas las acuñaciones estudiadas, es más abundante la meaja que el dinero, dentro de la no demasiada rareza monetaria de ambos tipo. Esta circunstancia pudiera explicarse en base quizá a un exceso de dineros en circulación, y la más perentoria necesidad de moneda decimal o de menor valor. Para la unidad dinero existen ejemplares con aros en los cuadrantes y sin ellos, añadiéndose un rarísimo ejemplar recientemente conocido que posee una extraña agrupación triangular de tres aros nexados, que en esta oportunidad no pensamos que pueda tratarse de marca de taller alguna pese a coincidir en forma con algunos dineros y divisores labrados con anterioridad. Sin embargo, para la meaja, todos los ejemplares conocidos tienen grabados en los cuarteles su correspondiente aro.
Aunque no es posible precisar con meridiana certeza la ceca de acuñación de este tipo, todo parece apuntar a que fueron fabricadas en Toledo, ciudad en la que su diplomática ubica al rey Alfonso VIII desde finales de agosto de 1166 hasta, al menos, finales de enero del año siguiente. Se produce una laguna en la cancillería del monarca castellano hasta julio de 1167, causa por la que no es determinable en qué momento se alejó Alfonso de la ciudad del Tajo. Derivado de ello, se hace difícil precisar las fechas exactas en que pudo haber sido labrada, pudiéndose fijar con ligeras variaciones entre finales de 1166 y mediados de 1167.
Enrique IV ordenó la acuñación de buenas doblas castellanas y medias doblas –con un nuevo tipo de estilo netamente francés- de 23 y ¾ quilates con talla de 50 y 100 en marco, corriendo a un valor legal de 210 y 420 maravedís respectivamente; y a las que más adelante decidió cambiarles el nombre -pese a tener todas las características prototípicas de las doblas-, llamándolas “enriques” y “medios enriques”. En su diseño utilizó a la sazón la representación regia armada y mayestática en trono, que documentalmente se llamó “silla”, diferenciándose unos de otros por tener o carecer de respaldo; razón por la que se les dio el apelativo de “enriques de la silla baxa” o “enriques de la silla alta”. Según los textos de la época, los enriques viejos sevillanos o de la “silla baxa” fueron los primeros en emitirse: “que sean como los primeros enriques que yo mandé labrar en Sevilla e que se llaman de la silla baxa", acuñándose con posterioridad los nuevos toledanos o de la “silla alta”, de arte más goticista, emitidos primeramente en Toledo, a ley de 18 quilates, con peso medio de 4,50, y valor de 350 maravedís, que sustituyeron en gran medida a la abundante dobla de la Banda labrada por su padre, Juan II.
Su estructura formal no debió quedar muy claramente definida en Cortes, pues las variantes de estas piezas son muy amplias. Dependiendo de las cecas y los diferentes años en que se acuñasen se alternan representaciones góticas del rey con o sin mandorla que le orle, poniendo a sus pies leones, granadas, o escalones, así como otros múltiples elementos decorativos diferentes tanto en anverso como en reverso –que incluso para el caso de el único medio enrique de Burgos conservado llega a cambiar el tradicional escudo cuartelado en cruzcuatrilobular por un simple cuadrado que rodea los símbolos parlantes de las armas de Castilla y León-. Las lecturas y epigrafías de las leyenda igualmente varían sobremanera, existiendo algunas del tipo “Dei Gracia” y otras con la novedosa mención al ordinal “Cvartvs” o “Quartvs” del rey, que es grabado por primera vez para el oro castellano –si bien existe un precedente en algunos rarísimos reales de busto a nombre de su padre “IohanesSecvndvs”-. Asimismo, son irregulares las citas a los reinos que unas veces aparecen en anverso y las más de las veces en reverso, que muestra el ya típico escudo heráldico de castillos y leones coronados –y en ocasiones sin coronar-, normalmente en representación cruzada y gráfila simple y ocasionalmente en diseño polilobular de medios compases dúplices. La marca de ceca acostumbraba a ir en reverso y solía ser la letra de la ciudad donde había sido labrado, salvo en algunos casos que se ponía una marca representativa como un acueducto para Segovia, una venera para Coruña o un cuenco para Cuenca. Inicialmente se acuñaron en las principales cecas reales –Burgos, Cuenca, Segovia, Sevilla y Toledo-, aunque posteriormente se concedieron privilegios especiales de emisión a otras ciudades y poblacionales de cierta relevancia de su reino, abriéndose casas de moneda en: Ávila, Benavente, Betanzos, Ciudad Real, Córdoba, Guadalajara, Jaén –concesión dada en 1466 al condestable Miguel Lucas de Iranzo-, Madrid, Medina del Campo, Murcia, Toro, Valladolid o Villalón. Sin embargo y pese a ser los principales talleres de labra enriqueños, no solo se labraron enriques y medios enriquesen Sevilla –que también lo hizo con “la silla alta”- y Toledo, sino que también lo hicieron algunas de estas otras cecas como Cuenca, Jaén –escribiendo su nombre romanceado bajo el rey en la forma “Iaen”-, Madrid –con marca de M gótica coronada-, Murcia –M simple-, Segovia, Coruña, Valladolid –que labró en oro con la marca del blasón emblemático de cinco jirones alusivo desde antaño de la ciudad del Pisuerga, surmontado de “V” gótica- y Villalón de Campos –que marcaba con la letra “V” capital latina, y cuyo control lo ejerció Rodrigo Pimentel, conde de Benavente-.
Monetariamente, todas las emisiones de Alfonso de Ávila se dieron en estos cuatro años de guerra (1465-1468), que se caracterizaron por la quiebra de la moneda y por la proliferación de distintas cecas que acuñaron para ambos reyes, dependiendo de qué partido tomasen los territorios en que se ubicasen; si bien, las ciudades anteriormente citadas lo hicieron para Alfonso, que en agosto de 1465 concedió una ordenanza para emitir buena moneda propia, como ya le permitía su soberanía, labrando igual que su hermanastro “doblas áureas” llamadas “alfonsíes” de 4,54 a 4,61 grs–es decir, 23 y ¾ quilates y talla de 50 piezas en marco- en las que utilizó, como ya lo hizo Enrique II y su padre Juan II, el tipo ecuestre, con espada en alto, manto y corona, símbolo propagandístico de gran contenido caballeresco. Se labraron en Ávila, Burgos, Sevilla y Toledo –y posiblemente en Segovia aunque no conozcamos ningún ejemplar-, con un valor de 210 maravedís. Epigráficamente, varió la leyenda que ahora es: “Dominvsmichi adjutor et non timebo” – “Señor mío, ayúdame y no temeré”- extraída del versículo 117 del libro de los Salmos, y manteniendo idéntico para el reverso el emblema del cuartelado heráldico en cruz de Castilla y León, en que expresa su nombre y titulación real en la leyenda externa “Alfonsvs Dei Gracia RexCastelle” –excepto en una rara pieza sevillana en que se repite el lema del anverso-, en la que curiosamente no se menciona al reino de León salvo por la imagen del felino, normalmente coronado. Alfonso también emitió divisores por mitad (2,20 a 2,40 grs.) a valor de 105 maravedís: fueron las llamadas “medias doblas”, conociéndose actualmente para Burgos, Toledo y Valladolid (marca escudo de cinco jirones).
Sobre la posibilidad de que la presente amonedación áurea se tratase de una labra medinense o murciana la propia historia parece respondernos fehacientemente. Alfonso de Ávila fue ante todo rey de Castilla, así fue proclamado el 5 de junio de 1465 en Ávila. Una de las primera acciones políticas que llevó a cabo fue la de informar a Murcia sobre su coronación al día siguiente -6 de junio-, motivado precisamente por su conocimiento de que la ciudad murciana era fiel a su hermanastro Enrique. Dentro del mismo mes, Alfonso acudió a Medina del Campo donde sentó las bases de su política y de su realeza en Castilla. A partir de ese instante sería Medina el centro neurálgico de las acciones de gobierno del rey Alfonso, y sobre todo de los aspectos económicos de su política monetaria siendo su contador mayor y tesorero, Alonso de Quintanilla, el verdadero baluarte regulador de las finanzas reales en aquellos apenas 4 años de potestad alfonsí. Valga como corroboración estos comentarios de quien es hoy por hoy la más insigne comentarista del periplo gubernamental de Alfonso de Ávila: María Dolores Carmen Morales Muñiz.